Trastorno del Desarrollo de la Coordinación y Desarrollo Cognitivo-Motor

El Trastorno del Desarrollo de la Coordinación (TDC) es una alteración grave en la adquisición y ejecución de habilidades motoras apropiadas para la edad que interfiere significativamente con el rendimiento académico y las actividades de la vida diaria, en ausencia de condiciones médicas subyacentes como la parálisis cerebral o el retraso mental (APA, 2013; CIE-10, 1993). Este trastorno en la infancia se caracteriza por una capacidad reducida para aprender o automatizar habilidades motoras, y la incidencia oscila entre el 6% y el 10% para las edades de 5 a 11 años (APA, 1994). Es identificable durante los años preescolares y la proporción hombre:mujer varía desde 3:1 hasta un máximo de 7:1 (Zwicker, Missiuna, Harris, & Boyd, 2012).

La prevalencia varía según los países y los investigadores (Ej, 4,9% de DCD severo y 8,6% de DCD moderado en niños suecos, Kadesjo & Gillberg, 1999; 10% de niños británicos, Henderson, Rose, & Henderson, 1992; hasta 15,6% en niños de Singapur, Wright, Sugden, & Tan, 1994; 19% en niños griegos, Tsiotra et al., 2006; o 22% en Australia, Cermak & Larkin, 2001). Los diferentes porcentajes se deben al uso de diferentes herramientas de diagnóstico para evaluar el rendimiento motor o diferentes criterios de selección y puntuaciones de corte para indicar el deterioro motor.

El TDC es altamente comórbido con otros trastornos del desarrollo, más comúnmente con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) (Dewey, Kaplan, Crawford, & Wilson, 2002; Kadesjo & Gillberg, 1999; Kirby, 2005; Watemberg, Waiserberg, Zuk, & Lerman-Sagie, 2007). Se ha demostrado que hasta el 50% de los niños con DCD cumplen los criterios para el TDAH (Kadesjo & Gillberg, 2001; Watemberg et al., 2007) con evidencia reciente que sugiere un vínculo genético entre estos dos trastornos (Fliers et al., 2009; Martin, Piek, & Hay, 2006). Gillberg (2003) también describió el modelo DAMP (déficits en la atención, la motricidad y la percepción) en el que hay un solapamiento del 40% del TDAH y el TDC. A pesar de una inteligencia media o superior a la media, los niños con TDC tienen un rendimiento escolar inferior al de sus compañeros, y a menudo desarrollan problemas de aprendizaje, especialmente dislexia (Iversen, Berg, Ellertsen, & Tonnessen, 2005; Jongmans, Smits-Engelsman, & Schoemaker, 2003; Zwicker et al., 2012). La comorbilidad del DCD también se ha encontrado con déficits en el comportamiento social y emocional, con la ansiedad y la depresión, el habla, la comunicación y el lenguaje, como los déficits del habla articulada (APA, 1994; Kirby & Sugden, 2007; Zwicker et al., 2012). Miyahara (1994) sugirió la necesidad de una remediación específica del tipo como un enfoque importante para la intervención educativa para estos diferentes subgrupos comórbidos.

Los niños con DCD son una población heterogénea que experimenta dificultades en las habilidades motoras gruesas y/o finas. Las discapacidades de coordinación se entremezclan con el entorno de aprendizaje resultando, en muchos casos, en fracaso académico (Cantell, Ahonen, & Smyth, 1994; Rosenblum & Livneh-Zirinski, 2008). Estos niños repiten clase con frecuencia y también corren el riesgo de tener un desarrollo socio-emocional negativo (Chambers, Sugden, & Sinani, 2005). La mayoría de los niños alcanzan los hitos del desarrollo motor sin un retraso significativo y dominan con facilidad actividades motoras complejas como dibujar, pintar, escribir a mano, copiar, usar tijeras, jugar a la pelota y organizar y terminar el trabajo a tiempo. Por el contrario, una parte de los niños desde la edad preescolar tienen pronunciadas dificultades de coordinación motora en las rutinas diarias y presentan un retraso en el desarrollo del equilibrio, las habilidades con la pelota y/o la destreza manual (Michel, Roethlisberger, Neuenschwander, & Roebers, 2011). El rendimiento en las clases de educación física puede verse afectado, ya que los niños con DCD tienen problemas para lanzar, atrapar o patear una pelota, correr, saltar y practicar deportes. El trastorno también puede repercutir en las actividades de ocio, afectando no sólo a las habilidades relacionadas con el deporte, sino también a otras habilidades importantes en la infancia, como la capacidad de montar en bicicleta, las habilidades sociales y el bienestar psicológico. Como resultado de su menor competencia atlética y social, los niños con DCD participan en menos actividades físicas y grupales que sus compañeros y alcanzan bajos niveles de aptitud física (Zwicker et al., 2012).

El desarrollo cognitivo se refiere al desarrollo de las funciones cognitivas como la percepción, el recuerdo, la resolución de problemas, el razonamiento y la comprensión, y cómo estas funciones interactúan con los cambios relacionados con la edad en el conocimiento (Keat & Ismail, 2011). Estudios anteriores han revelado un perfil de disfunción cognitiva de los niños con DCD, atribuyendo el trastorno a un sistema de procesamiento de la información deteriorado (trastornos visoperceptivos, planificación, memoria de trabajo y déficits de aprendizaje) (Ricon, 2010; Wilson, Maruff, & Lum, 2003). El papel de los procesos cognitivos en el control motor ha sido reconocido desde hace tiempo (Davis, Pitchford, Jaspan, McArthur, & Walker, 2010). La investigación relativa a las habilidades cognitivas y académicas de los niños con DCD ha demostrado déficits de procesamiento visuoespacial (Piek & Dyck, 2004; Rosenblum & Livneh-Zirinski, 2008), y déficits de memoria cotidiana a través de dominios verbales y visuoespaciales (Chen, Tsai, Hsu, Ma, & Lai, 2013). El procesamiento de la información tiene un papel importante en el comportamiento motor, así como en la cognición.

Missiuna y sus colegas (2011) afirmaron que las dificultades de coordinación pueden surgir por muchas razones. Aunque no sabemos qué causa los problemas de coordinación motora, la investigación sugiere que los niños pueden experimentar dificultades para aprender a planificar, organizar, realizar y/o modificar sus movimientos. Los niños con DCD actúan de forma inconsistente de una ocasión a otra, y a menudo realizan las habilidades motoras de la misma manera una y otra vez, incluso cuando no tienen éxito. No son capaces de predecir el resultado de sus movimientos. En consecuencia, no reconocen fácilmente los errores de movimiento, no aprenden de sus errores ni corrigen sus movimientos. Estas dificultades de coordinación pueden deberse a que los niños utilizan estrategias conscientes para realizar tareas motoras, en lugar de automatizar el control motor. Debido a que las habilidades motoras no se vuelven automáticas para estos niños, deben dedicar un esfuerzo y una atención extra para completar las tareas motoras, incluso aquellas que han sido previamente aprendidas.

El desarrollo motor y el cognitivo han sido estudiados y discutidos por separado en el pasado, pero cada vez hay una mayor conciencia de que estos dos dominios pueden estar fundamentalmente interrelacionados (Diamond, 2000; Roebers & Kauer, 2009). Han surgido más pruebas de una interrelación entre el desarrollo motor y el cognitivo a partir de estudios neuropsicológicos de individuos con déficits. A partir de este tipo de investigación, parece que la capacidad de los individuos para planificar, supervisar y controlar las actividades motoras y cognitivas puede conducir a vías de desarrollo normativo similares y a comorbilidades en los déficits cognitivos y motores (Roebers & Kauer, 2009). Algunos estudios han demostrado que las habilidades cognitivas y motoras están interrelacionadas tanto en poblaciones con desarrollo típico como atípico, y los investigadores han examinado varios aspectos de esta relación, aunque la naturaleza precisa de esta relación aún no se conoce (Davis, Limback, Pitchford, & Walker, 2008; Roebers & Kauer, 2009). Identificar el retraso del desarrollo en los dominios cognitivo y motor y examinar hasta qué punto estos dominios pueden disociarse durante el desarrollo de los niños es importante para la evaluación clínica y la intervención educativa.

Un factor importante en esta relación es el cerebelo. El cerebelo es una estructura neurológica compleja que contiene más de la mitad del número total de neuronas del cerebro, y su papel en el control motor y la coordinación ha sido reconocido desde hace tiempo (Ghez & Thach, 2000). En la literatura sobre el comportamiento motor, el término control motor se utiliza normalmente en el área de la coordinación más que en el contexto de la velocidad y la potencia motoras. Se refiere a la planificación, la organización, la supervisión y el control de la coordinación motora compleja, la integración intermodal y las grandes exigencias de precisión. Hay aspectos obvios que se solapan con el control cognitivo, lo que indica que el control motor implica procesos cognitivos (Roebers & Kauer, 2009). Los pacientes con daños en el cerebelo demuestran no sólo déficits motrices, sino también alteraciones cognitivas concurrentes en una serie de funciones, incluyendo el coeficiente intelectual general, la atención, la memoria, la velocidad de procesamiento, la función ejecutiva, las habilidades visuo-espaciales y el lenguaje (Davis et al., 2010).

El cerebelo recibe la entrada de una variedad de estructuras cerebrales conocidas por su papel en la cognición, por ejemplo, la corteza temporal superior, la corteza prefrontal y la corteza parietal (Davis et al., 2010). Como parte de esta red anatómica, es probable que el cerebelo esté implicado tanto en el desarrollo motor como en el cognitivo y, en particular, tiene un papel genérico en el procesamiento de información novedosa y temporal. Es probable que el cerebelo esté implicado en el procesamiento de tareas cognitivas y motoras novedosas y en la adquisición de nuevas habilidades cognitivas y motoras, lo que lleva a una asociación de desarrollo entre estos dominios (Davis et al., 2010; Diamond, 2000).

Davis y sus colegas (2010) informaron de una relación fuerte y positiva entre el desarrollo de las habilidades cognitivas y motoras desde la primera hasta la segunda infancia, comparando a 15 niños con lesiones tumorales cerebelosas antes de los 5 años de edad con 242 niños de control de desarrollo típico, de entre 4 y 11 años de edad. A cada niño se le administró una completa batería estandarizada de pruebas cognitivas y motoras. Los resultados mostraron variabilidad en los perfiles individuales a través de los dominios, pero las habilidades cognitivas y motoras generales parecían desarrollarse en paralelo durante los primeros años escolares. Se encontró una correlación positiva y significativa tanto en el grupo de pacientes como en el de control, lo que sugiere que estos dos dominios están interrelacionados en su desarrollo. Aunque el desarrollo cognitivo y motor puede retrasarse tras un tumor cerebeloso en la primera infancia, la relación entre ambos dominios es cualitativamente típica. Según los investigadores (Davis et al., 2010), el papel del cerebelo en el procesamiento de información novedosa y temporal es importante tanto para las habilidades motoras como cognitivas.

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