El año era 1993. A pocos kilómetros del ajetreado centro de Ciudad Juárez, México, se encontraron en el desierto los cadáveres maltratados de niñas y mujeres jóvenes; fueron desechados como si fueran basura después de violentos asaltos y abusos. La eliminación era simplemente una idea tardía para sus autores.
Tragicamente, hay mil historias como ésta. A través de los años, México ha visto de todo: mujeres apuñaladas, desolladas, destripadas, violadas y asesinadas. Las niñas han sido secuestradas en sus centros de educación infantil a plena luz del día, los cadáveres han sido a menudo arrojados a los canales y, a veces, la denuncia de una desaparición es el final de la investigación. Niñas de tan sólo tres años y mujeres de hasta 74 son frecuentemente abusadas y asesinadas por hombres cercanos a ellas. En los próximos diez minutos, aproximadamente tres mujeres en México habrán sido víctimas de abusos. Al final del día se producirán diez feminicidios.
El término feminicidio no es el homicidio de las que simplemente son mujeres, sino de las que son sistemáticamente asesinadas por el hecho de serlo. Ingrid, Nancy, Susana, Noelia, Laura, Malena, Adriana, Isabel, Yuritzi, Luz son sólo algunos nombres de una larga lista de víctimas. Una cultura de la violencia no es algo que pueda cambiar de la noche a la mañana aunque las leyes lo hicieran de repente. Entonces, ¿cómo se desarrolló esta cultura?
Historia y roles de género
Las causas de la violencia de género son mucho más complejas que la simple biología, y ciertamente no hay una explicación singular. Más bien, hay una diversidad de factores que se han ido superponiendo. Algunos historiadores identifican la Conquista, durante la cual colonizadores españoles como Hernán Cortes y sus conquistadores llegaron al continente americano y violaron a las mujeres indígenas, como el inicio de una cultura de violencia de género. La Conquista creó «mestizos» o personas con ancestros españoles e indígenas compartidos. Los psicólogos sugieren que el «mestizaje» crea una condición en la que los mestizos » su padre español y desprecian a su madre indígena».
Para la mayoría de los historiadores, sin embargo, hay pocas dudas de que el mestizaje en América Latina se agudizó con la colonización europea. En el Código Civil francés, que inspiró gran parte del primer derecho mexicano, las mujeres figuraban como dependientes de los hombres en todos los aspectos de la vida, desde la ley hasta las finanzas. En consonancia con los pensadores europeos de la época, el consenso general en México era que las mujeres eran más aptas para el ámbito doméstico en contraposición a los hombres que habían nacido para pensar y actuar como agentes independientes.
De ahí nació el machismo en América Latina. El machismo, similar a la masculinidad tóxica, es el conjunto de ideales y creencias que apoyan la noción de que los hombres son superiores a las mujeres. Los hombres asumen un papel dominante en la sociedad en el que pueden mostrar poca debilidad y deben proteger a los vulnerables, normalmente ejerciendo el control sobre las mujeres. Por ello, las mujeres se han visto obligadas a desempeñar papeles más serviles en la sociedad durante generaciones. Carmen Contreras, investigadora gubernamental del Instituto Mexicano de Investigación de Familia y Población (IMIFAP), explica que el machismo preparó el terreno para la discriminación de género, lo que se traduce en disparidades de oportunidades desde una edad temprana. Estas disparidades van desde la educación hasta el trabajo, e incluso sesgan la representación femenina en el arte, donde los personajes femeninos fuertes suelen estar ausentes en las películas.
La frustración con el machismo se refleja en los escritos de La Revuelta, el primer periódico feminista de México, «El tema de la opresión de la mujer se considera un problema secundario y subordinado que ‘se resolverá después del cambio social’. El movimiento surgió… del desencanto, de la insatisfacción, de la frustración que como mujeres experimentamos en el aislamiento de la vida cotidiana, surge la necesidad de unirnos con otras mujeres, al principio quizá como puro instinto'»
A pesar de la agitación feminista, aún existen desigualdades de género tangibles en México. A día de hoy, hay un 30 por ciento más de hombres que de mujeres en las empresas; las mujeres dedican una media de 40 horas semanales a las tareas domésticas, mientras que los hombres sólo dedican unas diez; y el 75 por ciento de los hombres declaran ser el cabeza de familia. A pesar de los recientes avances hacia una mayor igualdad económica, como explica Mercedes Olivera, «la economía mexicana crece, pero la seguridad de las mujeres disminuye casi perpendicularmente a ella». Tal vez, el reciente repunte de la violencia contra las mujeres sea una reacción cultural a las fuerzas igualadoras en otros ámbitos de la vida, como el económico.
Tiempos modernos
La discriminación y la violencia de género son diferentes, pero se alimentan mutuamente. Mientras que la desigualdad de género ha estado presente desde tiempos inmemoriales, los índices de violencia de género en México sólo han aumentado desde 2006.
La causa del reciente baño de sangre, como lo han llamado algunos observadores, es más profunda que las normas de género. La estructura social de México exige que las mujeres busquen la protección de las personas que ejercen la violencia contra ellas, como las fuerzas policiales y el Estado, lo que convierte la seguridad de las mujeres en un arma de doble filo. Esta necesidad de seguridad se ve agravada por la escalada de la guerra contra el narcotráfico, cuyo aumento coincide perfectamente con el incremento de la violencia de género en México. La corrupción, el dinero y la narcopolítica son motores fundamentales de una violencia que ha experimentado un aumento del 236% sólo en los últimos cuatro años.
Corrupción y narcopolítica
El aumento de la violencia de género ha coincidido con el incremento de otras formas de violencia, especialmente las asociadas a los cárteles de la droga. Por ejemplo, Ciudad Juárez, la ciudad que experimentó los atroces asesinatos de 1993, es también la ciudad en la que el cártel de la droga de Juárez llevó a cabo la mayoría de sus narcooperaciones, lavado de dinero y homicidios durante aproximadamente 25 años. Juárez es una parte esencial del «Triángulo de Oro», donde los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa se dedican a la producción y el comercio de drogas, alimentando no sólo la economía mexicana sino las guerras de la droga y la adicción en todo el mundo.
Los esfuerzos por reducir la violencia relacionada con los cárteles han fracasado. Una de las razones es que los gobiernos locales a menudo hacen la vista gorda (o incluso protegen) las operaciones de la droga a cambio de notables pero clandestinas sumas de dinero. Hay informes de que el cártel de Sinaloa soborna a los militares y utiliza las manos de los agentes de la ley. En un famoso juicio, Manuel Fierro-Méndez, un agente de policía de Juárez vinculado a los cárteles de la droga locales, admitió una importante conexión entre los cárteles y los gobiernos locales. También afirmó que casi todas las personas de su unidad y todas las que conocía estaban también enredadas.
Las élites que gobiernan México a veces afirman que «la violencia que devasta Ciudad Juárez es un resultado positivo de la guerra del gobierno contra el crimen organizado». La violencia es vista como una señal de que las acciones violentas tomadas por el gobierno para acabar con el narcotráfico están funcionando. Sin embargo, la relación causal entre ambos es, en el mejor de los casos, tenue: durante la época de la presidencia de Peña Nieto, en la que se siguieron políticas y actitudes más pasivas que implacables contra el crimen, el país batió récords en términos de homicidios, violencia y delincuencia. No obstante, el Estado -sumamente infestado y envenenado por el dinero, las adicciones y la corrupción- ha seguido ejerciendo la violencia en su guerra contra los cárteles, lo que sin duda ha provocado una mayor incidencia de la violencia de género.
Avances en el Congreso
Impresionantemente, a pesar de esta violencia, México tiene una de las constituciones más progresistas del mundo en materia de género y también es líder mundial en muchas políticas feministas. Naciones Unidas Mujeres felicitó a México por su histórica reforma constitucional de 2014 en la que se ordenó «a los partidos políticos garantizar la paridad de género en sus candidaturas.» El 2018 fue declarado «El año de la mujer» en México porque las diputadas superaron el 40 por ciento por primera vez en la historia. A pesar de que la representación femenina en la política ha aumentado, además de otras organizaciones feministas, la violencia de género ha persistido. La violencia de género ha aumentado masivamente cada año durante los últimos doce años. El feminicidio aumentó un 137% sólo en los últimos cinco años, cuatro veces más que el aumento de la tasa de homicidios. ¿Son los cárteles los que contraatacan? ¿Un gobierno roto? Años de abuso intergeneracional alcanzando las estadísticas?
Fallas en el sistema judicial de México
Si bien no hay una respuesta única, un tema importante es sin duda que los perpetradores sienten que pueden salirse con la suya en sus crímenes. En México, el 93 por ciento de los acusados penales en casos de violencia de género son hombres. En América Latina, una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia de género en su vida. En México, sin embargo, esta cifra es en realidad de dos de cada tres mujeres. A pesar de la enorme cantidad de casos potenciales, pocas mujeres deciden acudir al sistema judicial y el 98 por ciento de los asesinatos relacionados con el género, en su mayoría feminicidios, quedan completamente impunes.
A pesar de estos preocupantes signos, muchos políticos hacen la vista gorda. El presidente Andrés Manuel López-Obrador afirma que la violencia de género es el resultado de las «políticas neoliberales» y que la creciente tasa de feminicidios es sólo «parte de un gigantesco complot de la derecha contra él». Esta retórica sólo sirve para eludir un cambio significativo, como sostiene Naciones Unidas.
Tras una protesta feminista en febrero de 2020, Obrador pidió a las feministas que no se manifestaran, pues el gobierno ya está trabajando duro para eliminar los feminicidios. Beatriz Belmont, estudiante de relaciones internacionales del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), respondió con «Si destrozar monumentos hace que las autoridades nos miren y escuchen nuestras demandas, entonces lo seguiremos haciendo, es inaceptable e impropio de alguien que debería actuar como líder nacional».
Pasos futuros
En marzo de 2020, millones de mujeres y hombres inundaron las calles aledañas al Ángel de la Independencia en la Ciudad de México. Pocos días después de la marcha, millones de mujeres se negaron a ir a trabajar como parte de la protesta #UnDiaSinNosotras, o #ADayWithoutUs. Además, funcionarios del gobierno local, estatal y federal se unieron también a las diversas protestas. Estos movimientos se apoyan en #NiUnaMenos para señalar que no se tolerará ni un feminicidio más. Están dando voz a los silenciados. Están cambiando la forma en que percibimos a las mujeres dentro de México y desafiando la acción insuficiente.
El cambio es lento y difícil, e incluso mientras México hace avances feministas en otras áreas, sus problemas de violencia de género persisten. Sin embargo, ahora existe un impulso para mantener conversaciones serias sobre la violencia de género en México, para reexaminar la guerra contra el narcotráfico en México, para la reforma judicial y para que los políticos rindan cuentas.