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El hexámetro llegó al latín como una adaptación del griego mucho después de que la práctica de cantar las epopeyas hubiera desaparecido. En consecuencia, las propiedades del metro se aprendieron como «reglas» específicas y no como resultado natural de la expresión musical. Además, como la lengua latina tiene generalmente una mayor proporción de sílabas largas que la griega, es por naturaleza más espontánea. Así, el hexámetro latino adquirió características propias.

El primer ejemplo de hexámetro en la poesía latina son los Annales de Ennio, que lo establecieron como norma para las epopeyas latinas posteriores. Escritores republicanos posteriores, como Lucrecio, Catulo e incluso Cicerón, escribieron composiciones en hexámetro, y fue en esta época cuando muchos de los principios del hexámetro latino quedaron firmemente establecidos, y fueron seguidos por escritores posteriores como Virgilio, Ovidio, Lucano y Juvenal. La línea de apertura de Virgilio para la Eneida es un ejemplo clásico::

Arma vi|rumque can|ō, Trō|iae quī| prīmus a|b ōrīs «Canto a las armas y al hombre, que primero de las costas de Troya…»

Al igual que en el griego, las líneas estaban dispuestas de forma que las sílabas métricamente largas -las que se producen al principio de un pie- solían evitar el acento natural de una palabra. En los primeros pies de una línea, se esperaba que la métrica y el acento chocaran, mientras que en los últimos pies se esperaba que se resolvieran y coincidieran, un efecto que da a cada línea un ritmo natural de «dum-ditty-dum-dum» («afeitado y corte de pelo») para cerrar. Tal disposición es un equilibrio entre un énfasis exagerado en la métrica -que causaría que el verso fuera cantarín- y la necesidad de proporcionar alguna guía rítmica repetida para la recitación hábil.

En el siguiente ejemplo de composición de hexámetro latino temprano de Ennius, el peso métrico (ictus) recae en la primera y la última sílaba de certābant; el ictus se opone, por lo tanto, a la acentuación natural de la segunda sílaba cuando se pronuncia la palabra. Del mismo modo, la segunda sílaba de las palabras urbem y Romam lleva el ictus métrico aunque la primera se acentúa naturalmente en la pronunciación típica. En los pies finales del verso, el acento natural que recae sobre la tercera sílaba de Remoramne y la segunda sílaba de vocārent coinciden con el ictus métrico y producen el característico final de «afeitado y corte de pelo»:

certā|bant ur|bem Rō|mam Remo|ramne vo|cārent. (Ennio, Annales 1.86) «disputaban si debían llamar a la ciudad ‘Roma’ o ‘Rémora'».

Al igual que sus predecesores griegos, los poetas latinos clásicos evitaban un gran número de interrupciones de palabras al final de las divisiones del pie, excepto entre la cuarta y la quinta, donde se fomentaba. Para preservar el cierre rítmico, los poetas latinos evitaban la colocación de una palabra de una o cuatro sílabas al final de un verso. La cesura también se maneja de forma mucho más estricta, con la cesura femenina de Homero volviéndose extremadamente rara, y la cesura del segundo pie siempre emparejada con una en el cuarto.

Un ejemplo de la evolución de la forma del verso latino puede verse en un análisis comparativo del uso de las espondas en la época de Ennio frente a la época de Augusto. El uso reiterado del verso fuertemente espondado llegó a ser mal visto, así como el uso de una alta proporción de espondeos en los dos primeros pies. Los siguientes versos de Ennio no habrían sido considerados admisibles por los autores posteriores, ya que ambos contienen espondeos repetidos al principio de líneas consecutivas:

hīs ver|bīs: «ō| gnāta, ti|bī sunt| ante fe|rendae aerum|nae, post| ex fluvi|ō for|tūna re|sistet». (Annales 1.42f) «con estas palabras: ‘oh hija, las tribulaciones deben ser soportadas primero por ti; más tarde tu fortuna resurgirá del río'».

Sin embargo, es de Virgilio de donde procede el siguiente famoso verso, fuertemente esponjado:

mōnstrum hor|rendum, īn|fōrme, in|gēns, cui| lūmen a|demptum. (Eneida III.658) «un monstruo enorme, informe y horrendo, al que se le había quitado la luz»

Virgilio y los poetas augustosEditar

En la época de Augusto, los poetas como Virgilio seguían de cerca las reglas del metro y lo abordaban de forma muy retórica, buscando efectos que pudieran ser explotados en una recitación hábil. Por ejemplo, el siguiente verso de la Eneida (VIII.596) describe el movimiento de los caballos corriendo y cómo «un casco sacude el campo desmoronado con un sonido de galope»:

quadrupe|dante pu|trem soni|tū quati|t ungula| campum

Este verso está formado por cinco dáctilos y un espondeo de cierre, una disposición rítmica inusual que imita la acción descrita. Un efecto similar se encuentra en VIII.452, donde Virgilio describe cómo los herreros hijos de Vulcano «levantan sus brazos con gran fuerza unos a otros» al forjar el escudo de Eneas:

illī in|ter sē|sē mul|tā vī| bracchia| tollunt

La línea consta de todos los espondeos excepto el dáctilo habitual en el quinto pie, y pretende imitar el sonido de golpeo de la obra. Un tercer ejemplo que mezcla los dos efectos procede de I.42 donde Juno se queja de que a Atenea se le haya permitido utilizar los rayos de Jove para destruir a Áyax («lanzó el rápido fuego de Jove desde las nubes»):

ipsa Io|vis rapi|dum iacu|lāta ē| nūbibu|s ignem

Este verso es casi todo dáctilo excepto por el espondeo en -lata e. Este cambio de ritmo, unido a la dura elisión, pretende enfatizar el choque del rayo de Atenea.

Virgilio se desvía ocasionalmente de las estrictas reglas del metro para producir un efecto especial. Un ejemplo de I.105 que describe un barco en el mar durante una tormenta tiene a Virgilio violando las normas métricas para colocar una palabra monosilábica al final de la línea:

…et undīs dat latus;| insequi|tur cumu|lō prae|ruptus a|quae mōns.

La barca «da su lado a las olas; viene después en un montón una montaña de agua escarpada». Al colocar el monosílabo mons al final del verso, Virgilio interrumpe el patrón habitual de «afeitado y un corte de pelo» para producir un ritmo discordante, un efecto que se hace eco del choque de una gran ola contra el costado de un barco. El poeta romano Horacio utiliza un truco similar para resaltar la ironía cómica de que «las montañas estarán de parto y darán a luz a un ridículo ratón» en este famoso verso de su Ars Poetica (línea 139):

Parturi|ent mon|tēs, nās|cētur| rīdicu|lus mūs,

Otro ejemplo divertido que comenta la importancia de estas reglas del verso viene más adelante en el mismo poema (línea 263):

Nōn quī|vīs videt| inmodu|lāta po|ēmata| iūdex,

Este verso, al que le falta una cesura adecuada, se traduce «No todos los críticos ven un verso inarmónico.»

Edad de Plata y verso heroico posteriorEditar

Las innovaciones en verso de los escritores augustos fueron cuidadosamente imitadas por sus sucesores en la Edad de Plata de la literatura latina. La forma del verso en sí cambió poco, ya que la calidad del hexámetro de un poeta se juzgaba en función del estándar establecido por Virgilio y los demás poetas augustos, un respeto por el precedente literario englobado en la palabra latina aemulātiō. Las desviaciones se consideraban generalmente como idiosincrasias o sellos de estilo personal, y no eran imitadas por los poetas posteriores. Juvenal, por ejemplo, era aficionado a crear ocasionalmente versos que colocaban una ruptura de sentido entre el cuarto y el quinto pie (en lugar de en las posiciones habituales de cesura), pero esta técnica -conocida como diéresis bucólica- no se puso de moda entre otros poetas.

En el imperio tardío, los escritores volvieron a experimentar añadiendo restricciones inusuales al hexámetro estándar. El verso rópico de Ausonio es un buen ejemplo; además de seguir el patrón del hexámetro estándar, cada palabra del verso es una sílaba más larga que la anterior, por ejemplo:

Spēs, deus, aeternae statiōnis conciliātor, sī castīs precibus veniālēs invigilāmus, hīs, pater, ōrātis plācābilis adstipulāre.

También es notable la tendencia entre los gramáticos tardíos a diseccionar a fondo los hexámetros de Virgilio y de los poetas anteriores. Un tratado sobre poesía de Diomedes Grammaticus es un buen ejemplo, ya que esta obra (entre otras cosas) categoriza los versos de hexámetros dactílicos de maneras que fueron interpretadas posteriormente bajo la rúbrica de la línea áurea. Independientemente, estas dos tendencias muestran que la forma se está volviendo muy artificial, más como un rompecabezas a resolver que como un medio para la expresión poética personal.

En la Edad Media, algunos escritores adoptaron versiones más relajadas del metro. Bernardo de Cluny, por ejemplo, lo emplea en su De Contemptu Mundi, pero ignora las convenciones clásicas en favor de los efectos acentuales y la rima predecible tanto dentro como entre los versos, por ejemplo

Hora novissima, tempora pessima sunt – vigilemus.
Ecce minaciter imminet arbiter ille supremus.
Imminet imminet ut mala terminet, aequa coronet,
Recta remuneret, anxia liberet, aethera donet.(I.1-4: Estos son los últimos días, los peores tiempos: velemos.
Atentos a la amenazante llegada del Juez supremo.
Viene, viene a acabar con el mal, a coronar a los justos,
a recompensar al derecho, a liberar a los preocupados y a dar los cielos).

No todos los escritores medievales están tan en desacuerdo con la norma virgiliana, y con el redescubrimiento de la literatura clásica, los escritores medievales y renacentistas posteriores son mucho más ortodoxos, pero para entonces la forma se había convertido en un ejercicio académico. Petrarca, por ejemplo, dedicó mucho tiempo a su África, una epopeya en hexámetro dactílico sobre Escipión Africano, pero esta obra no fue apreciada en su época y sigue siendo poco leída hoy en día. En cambio, Dante decidió escribir su epopeya, la Divina Comedia, en italiano -una opción que desafiaba la elección épica tradicional de los hexámetros dactílicos latinos- y produjo una obra maestra amada tanto entonces como ahora.

Con el período del Nuevo Latín, la propia lengua pasó a ser considerada un medio sólo para la expresión «seria» y culta, una opinión que dejaba poco espacio para la poesía latina. La aparición del latín reciente en el siglo XX restableció la ortodoxia clásica entre los latinistas y despertó un interés general (aunque todavía académico) por la belleza de la poesía latina. En la actualidad, los poetas latinos modernos que utilizan el hexámetro dactílico son, en general, tan fieles a Virgilio como los poetas de la Edad de Plata de Roma.

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