Durante los años formativos de la infancia y la adolescencia, puede ser difícil para un padre entender por lo que está pasando su hijo.
Particularmente cuando se trata de desafíos mentales y emocionales, las líneas entre lo que es normal y lo que podría necesitar ser abordado pueden ser muy borrosas.
La depresión frente a la tristeza; la ansiedad frente al estrés; las dificultades de aprendizaje frente a la desvinculación…
Todos ellos pueden presentar signos y síntomas superpuestos.
Por eso los psicólogos investigan y analizan constantemente estas condiciones, para poder abordarlas y rectificarlas lo antes posible.
La ansiedad social, la timidez y la introversión son tres conceptos que pueden confundirse precisamente por esta razón: se encuentran en el mismo espectro.
Pero mientras los dos últimos pueden ser rasgos de personalidad inofensivos e incluso positivos, la ansiedad social puede interrumpir la capacidad de quien la padece para desenvolverse en el día a día.
Entonces, ¿cuál es la diferencia?
«Una persona tímida puede sentirse incómoda si es el centro de atención», dice la profesora de Psicología Clínica Kim Flemington en The Huffington Post. O una persona introvertida puede no gustar especialmente de las conversaciones en voz alta. Pero eso no tiene por qué causarles un estrés significativo»
Las personas que padecen un trastorno de ansiedad social -o TAS- experimentan una gran ansiedad ante la perspectiva de situaciones sociales, lo que puede llevar a evitar esos entornos y, en última instancia, al aislamiento social.
El TAS suele surgir al final de la adolescencia y al principio de la veintena: el aumento de la independencia lleva a una mayor capacidad para evitar situaciones sociales como la escuela o las funciones familiares.
Y aunque muchos afectados por el TAS afirman que siempre han sido tímidos, la timidez en sí misma no es un requisito previo ni una señal de advertencia explícita de que el TAS vaya a desarrollarse más adelante.
Del mismo modo, no todas las personas tímidas o introvertidas experimentan ansiedad social, ni ningún tipo de ansiedad.
El quid de la situación es cómo la timidez, la introversión o la ansiedad afectan al funcionamiento habitual de la persona.
¿Cuánto estrés le está causando a la persona? Si se trata de una ansiedad realmente intensa con mucha evitación, entonces requiere tratamiento», dice Flemington.
Este tratamiento viene en gran parte en forma de terapia cognitiva conductual.
«Entrenamos a las personas para que identifiquen sus pensamientos negativos sobre sí mismos y los desafíen, así como su procesamiento previo y posterior a las situaciones sociales», dice Flemington.
De estas distinciones entre la timidez, la introversión y el TAE se desprenden tres puntos clave:
- Muchos retos mentales existen en el mismo espectro que los rasgos de personalidad perfectamente normales, y pueden compartir signos y síntomas.
- Lo que distingue a unos de otros es el impacto que tienen en la capacidad del individuo para funcionar (ya sea en la escuela, el trabajo, en situaciones sociales, etc.).
- La intervención temprana ofrece la mejor oportunidad para evitar que estos retos empeoren y se autoperpetúen, y la terapia puede ser excepcionalmente beneficiosa en su tratamiento.
Así que si le preocupa la timidez, la introversión o la ansiedad de su hijo, tenga en cuenta los conceptos anteriores.
Si cree que los síntomas que muestran son parte de un problema mayor y tienen un impacto negativo en su vida, sin duda podrían beneficiarse de alguna ayuda profesional.
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